jueves, 14 de septiembre de 2017 |

Mens sana, in corpore insepulto

El deporte. La vida fitness. Ahora a todos les ha dado por la "vida sana". Lo que no tengo muy claro es si lo del deporte y la dieta es para vivir más o para que la vida se te haga más larga. Yo reconozco que nunca he sido muy diestra para los deportes, pero hubo una época de mi vida en la que, aunque os suene increíble, yo hacía deporte cuatro días a la semana. Hacía deporte dos días en el colegio y otros dos días hacía natación, después judo, y cuando dejé el judo me apunté a fútbol. Todos tenemos un pasado oscuro, el mío es ese.

 Luego empecé el instituto y ya necesitaba más tiempo para "estudiar", o eso pensaba mi madre. En segundo de bachillerato pensé que era buen momento para volver a hacer algo de ejercicio. Me apunté al gimnasio. Quince días después, volviendo de clase me caí rodando por las escaleras y tuve tan mala suerte que me hice un esguince. Tan mala suerte que no volví nunca más al gimnasio.

Yo, la persona más patosa del mundo con muletas. No sé cómo no me partí la crisma. Estuve un par de días sin ir a clase, pero como soy una alumna responsable pedía los deberes. Por las mañanas me quedaba sola en casa, y se me ocurrió la genialidad de ir a por la mochila (llena de libros, cuadernos y el diccionario de latín) a la otra punta de la casa y luego llevarla a la habitación. Con muletas. La hostia que me metí fue épica. El morado que me hice en el brazo también lo fue, digno de una herida de guerra. Cuando volví a clase la gente en vez de preguntarme por qué no caminaba bien, me preguntaba: ¿Pero qué te ha pasado en el brazo?

Y años antes me pasó algo de película. Me hice otro esguince (porque como soy torpe siempre me caigo) y acudí al ambulatorio. Para llegar allí tenía que subir unas escaleras. Adivinad quién se cayó rodando. Pero no una, sino dos veces.

Así que abandoné el deporte. Y llega un día en el que eres tía por primera vez. Al principio muy bien, coges al bebé y se te queda dormidito en brazos. Y ya está. Hasta que empiezan a dejar a ese bebé en el suelo, y sin medir las consecuencias te tumbas con tu sobrinita para jugar. Intenta luego levantarte. Menuda imagen, te sientes como una tortuga que no se puede dar la vuelta y a eso sumamos a tu madre partiéndose de risa.. Y ¡ay, el día que tu sobrina aprende a correr!  Y con año y medie ya corre más que tú...

Muchas veces he intentado darme a la vida fitness pero no tengo tanta perseverancia ni tan buena suerte. Una vez me dio por decir que todas las mañanas me iba a ir a caminar una hora. Había rebuscado en mi armario unos leggins y una sudadera, porque claro, ¿de qué voy a tener yo un chándal si no hago deporte? Justo qué casualidad la noche anterior me empezó a doler la muela del juicio, y se acabó lo que se daba. No fui a andar esa mañana ni ninguna otra.

Durante muchos años hubo en mi casa una bicicleta estática. El primer día, unas peleas monumentales en casa por ver quién se subía a la bici. Al tercer día, pasó a ser un perchero. Años después acabó en mi habitación, pero también de perchero. Un día mi madre la bajó al contenedor y nunca más se supo.

Y otra, la gimnasia en el colegio. Yo nunca vi a mi profesor de gimnasia hacer gimnasia. Eran unos posser, venían en chándal por aparentar. No les caía ni una gota de sudor, y a ti te tenía toda la clase corriendo. Fijo que luego llegaban a su casa y pensaban: "¡jo, cuánto he trabajado hoy!
En definitiva, el deporte no se hizo para mí. Yo ejercito mi mente, el cuerpo que lo ejercite su madre.


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