viernes, 12 de enero de 2018 |

Confesiones de una filóloga clásica (Parte I)

Si has llegado a mi blog posiblemente esté pasándote por la cabeza estudiar Filología Clásica y estás buscando experiencias. Lo primero que quiero aclarar es que esta entrada se basa solo en mi experiencia, en lo que yo he vivido y he percibido. Hay tantas realidades como personas distintas, así que tenlo muy en cuenta. Es decir, mi caso no tiene por qué ser extrapolable al de los demás ni tampoco al tuyo.


Lo primero - y esto es opinión mía pero que siempre la he mantenido- es que para estudiar Clásicas tienes que cumplir dos requisitos básicos: primero, no tienes por qué ser  un alumno brillante, pero sí un buen alumno. Alumno de alto rendimiento, con capacidad para adaptarse. El segundo requisito, muchas ganas de trabajar y de complicarse la vida. Si uno de estos requisitos te fallan, prepárate. Podría ser la peor de tus pesadillas.

No sé las motivaciones que te llevan a plantearte a estudiar tal disciplina pero te contaré lo que me llevó a mí. Desde que tengo memoria soy una apasionada de la literatura, no concibo mi vida sin libros, también me apasionaba la lengua, así que irremediablemente creo que estaba destinada a orientar mis estudios hacia las Humanidades. Escogí Bachillerato de Letras, como se esperaba de mí, con intención de estudiar Filología Hispánica. Pero yo en realidad lo que quería era ser escritora. Creo que mi verdadera vocación es esa. Escribir y contar historias.

El primer curso de Bachillerato, quizá por la edad, no me entusiasmaron demasiado el Latín y el Griego, asignaturas que no escogí como huida de las números. En segundo, tomé una mala decisión, quizá la peor de mi vida, dejar el Griego y escoger Geografía. Yo no tenía ninguna intención de estudiar Clásicas, nunca se me había pasado por la cabeza.

Cuando empecé segundo tenía muy claro que tenía que ponerme las pilas en Latín, y como el roce hace al cariño, como en una película romántica con tiras y aflojas por parte de los protagonistas poco a poco caí rendida a los pies del Latín. Me interesé por la Antigüedad e investigué por mi cuenta: vi las series de Roma y Yo Claudio, leí novelas como Quo vadis? y absorbí tanta información como pude. Y de repente, un día me dije a mí misma que esto era a lo que me quería dedicar. ¿A que suena maravilloso? Encontré mi vocación cuando tenía que encontrarla.  Pero no, no era oro todo lo que relucía.

Y aquí os voy a hacer una gran confesión: no soy buena traduciendo latín y nunca lo voy a ser. Me falta intuición. Puedo hacer un análisis sintáctico perfecto pero el problema viene cuando toca dar la traducción. Y eso es algo, en mi opinión, que viene de fábrica. No se aprende. Con mucho esfuerzo y muchas horas he podido aprobar, pero sé que nunca seré brillante.

Sin embargo, siempre fui buena alumna en Lengua Española y tenía mucha facilidad para asimilar contenidos. Me encantaba escribir redacciones, la sintaxis, la ortografía.  Recuerdo mi infancia leyendo el diccionario por el puro placer de aprender palabras nuevas, como la niña repelente y sabelotodo que era.

 A base de mucho esfuerzo conseguí sacar Latín de Bachillerato con buena nota Pero, ¿tanto esfuerzo compensaba? Fui cobarde y decidí matricularme en Filología Hispánica, aunque hice algo de trampa: escogí todas las optativas de Clásicas. No tuve ningún problema para aprobar, de hecho sacaba bastantes buenas notas. Pero las asignaturas de Hispánicas no me gustaron, no era lo que esperaba. Sin embargo, yo disfrutaba con Latín, Poética Griega, con Literatura Latina y Griega, también escogí Griego Moderno. Estaba en mi salsa, pero claro, eso fue ver la parte bonita.

Entonces tomé otra decisión muy importante: hacer el cambio. Sabía que iba a ser un cambio duro y estaba dispuesta a trabajar mucho, lo que ocurre es que no me podía imaginar la que se me iba a venir encima. A día de hoy me pregunto si de haberlo sabido, lo habría hecho. Y no creo que nunca sepa la respuesta.

Dije que el primer error que cometí fue no escoger Griego de Bachillerato y no porque en la Facultad se empezara con un nivel altísimo. En casi todas las facultades se empieza desde cero, que aprendas o no va a depender del profesor. En este caso tuve muy mala suerte. Por supuesto que hay que hacer un esfuerzo personal grande, pero necesitas un profesor como guía para poder asentar bien las bases del idioma. Aquí viene el siguiente gran problema: si no tienes un buen profesor, necesitas uno particular. Y créeme, no es tan fácil encontrar alguien que pueda dar Griego a ese nivel, que sé que es nivel básico, pero te tiene que asentar muy bien los cimientos.

Esto lo veo claro ahora, pero entonces confías en que en segundo de carrera no darán por hecho que sabes más de lo que te han enseñado en primero. Primer golpe. Ahora con el Grado han bajado considerablemente el nivel de segundo y es más asequible, pero nosotros la primera vez que nos enfrentábamos a textos en griego era con Tucídides, autor complejo donde los haya, con la mayor parte de la gramática sin dar.

No sé qué nivel de griego tendrás, pero si tu nivel es nulo y no eres brillante, permíteme que te diga que te va a tocar aprender a hostias. Ve preparándote una mesa grande de estudio en tu cuarto porque vas a necesitar bastante espacio: el texto en griego, el cuaderno, diccionarios, varias traducciones, el Perseus, bebidas energéticas y todo lo necesario para subsistir, porque a partir de este momento ese va a ser el sitio donde pases más horas. Si has llegado aquí, solo decirte "Bienvenido a Clásicas. Ahora empieza tu pesadilla".

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2 comentarios:

Alex dijo...

Bueno, tienes una opción, Cristina, y es ser tú esa persona que hace que resulte más sencillo el griego a los demás o el latín.

MediterraneanLover dijo...

Comprendo tu opinión, pero la verdad es que disiento bastante. El problema no es la materia sino el formato.
El modelo de enseñanza de lenguas que hay en España, y en especial de lenguas clásicas, es la peste. Se parte de la base de que traducir es una competencia innata en el filólogo y se enseña desde ahí, cuando traducir es una cosa y tener competencias en una lengua es otra (de hecho, hay mucha gente que son unos crack en una lengua, pero no traduciendo, virtiendo ese contenido en otra lengua). Y aquí está el quid de la cuestión: cuando llegas a la carrera te dan un texto y te lanzan al peligro (como si te diesen un fúsil y te mandan a la guerra) sin ton ni son. Tendría que ser que nos hiciesen ágiles en la lengua, conseguir competencias en dicha lengua y después formarnos en la doctrina de la traducción (y no traducir sin más, que es otro fallo).

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