
Creces cuando renuncias a lo que siempre has querido ser y por fin haces lo que tienes que hacer. Cuando apuestas por ser profesora porque de la escritura no se vive. Cuando abandonas tu sueño de ser investigadora y el doctorado solo queda en algo abstracto, imprimes los apuntes de las oposiciones porque es más seguro una plaza fija que una ilusión.
Cuando creces, te vuelves más práctica, y eso que siempre fui una enrevesada. Piensas a largo plazo y no en el momento, porque ya eres consciente de que la vida pasa volando, que en un suspiro pasa demasiado tiempo y la vida se te empieza a ir un poco de las manos. A los treinta todo se vuelve práctico, te compras zapatos para que te duren más inviernos y abandonas en algún lugar recóndito las botas de agua, con las que saltabas en los charcos y fingías ser Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia.
A los treinta empiezas a ver gris donde antes era blanco o negro. Cuando te pones feliz hay una voz que te dice "¡para! ¡no vayas tan deprisa!". Cuando lloras sabes qué decirte para calmarte y no llorar demasiado. Y no es que sea malo, sino que he dejado de vivir intensamente y mi cabeza, de forma inconsciente, ha buscado por su cuenta estabilidad emocional. No sé ni cómo ni cuándo salió a buscarla, pero lo ha hecho.
Empiezas a caminar por tu vida de forma recta, y no vas saltando a la "pata coja" porque es más seguro ir andando. Y al final de ese camino, empiezas a ser consciente de que la parca te aguarda. Así que, trato de no aligerar demasiado el paso y ralentizar un poco más el viaje, me detengo a mirar los pequeños detalles. Pero por mucho que intentes agarrar el tiempo con las manos, este sigue pasando.
1 comentarios:
Qué bonito eso que has escrito. Me sentí igual al cumplir los treinta.
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