martes, 12 de septiembre de 2017 |

Lo guarra que es la gente

El transporte público debería estar dividido en dos secciones: una para la gente que se ha duchado y otro para la gente que no. Debería de haber un responsable en cada estación preguntando.
- Oiga, ¿usted se ha duchado?
- Yo sí.
- Acérquese, que le voy a oler el sobaco. Sí, usted se ha duchado, pero hace cuatro días. Vaya a la sección dos, por favor. 
De hecho, las ciudades deberían crearse en base a eso: crear calles, parques, escuelas, para la gente cerda y otras para los que no lo somos
.
 Seamos realistas, no podemos oler a gloria las 24 horas y menos si estás trabajando a 40 grados bajo la sombra. Una cosa es haber sudado un día, y otra cosa es no haberle quitado el precinto al mango de la ducha. Que todos tenemos un domingo de quedarse en pijama, resacoso, y oliendo a choto por haber salido la noche anterior, pero nos quedamos en nuestra puta casa y no imponemos nuestro hedor al resto de los habitantes del planeta Tierra.

Me acuerdo de que cuando yo empecé a estudiar en la Universidad, el autobús pasaba por mi barrio y luego iba haciendo ruta por todos los pueblos. Cada día, un sujeto de esos se subía, impregnando el bus de su olor a rancio. En esos momentos una solo piensa en que igual asfixiarse y morir no es tan mala idea. Imaginaos, mi pan podrido de cada día, hora y media de trayecto. HORA Y MEDIA.

Hace un par de días os contaba mi experiencia de trabajar en locales de comida rápida. Pues bien, no voy a ser hipócrita. Yo también he olido mal. Todos los que trabajábamos allí olíamos mal. Era algo objetivo, y si me está leyendo algún compañero de trabajo por favor, que no se ofenda. Pero era así. Olíamos mal. Lo que pasa es que nos habíamos acostumbrado y ya no molestaba.

 Yo me duchaba antes de ir, como toda persona decente, pero claro. Aquí hay un problema: que solo te daban un uniforme y lo lavabas cuando buenamente podías. E igual justo lo llevabas impoluto y el encargado te decía: "¿Ves ese hueco que hay debajo del fregadero lleno de roña que no se limpia desde hace tres meses? Pues hala, ya sabes". Y nada, otra vez llena de mierda. Y luego cuando llevabas siete días con la ropa con pegotes de mostaza, de haber estado tirada en el suelo quitando la roña en el fregadero, que te la quitabas y se quedaba de pie en el vestuario hasta el día siguiente, va el encargado donde ti, mirándote pensativo, se ponía la mano en la barbilla y te decía: "hoy te vas a poner en caja". Ahí, de cara al público, siendo la imagen de la empresa.

Y como he dicho, tú a la ida ibas duchadita de casa y oliendo bien, pero la vuelta es completamente distinta, porque tendrías que irte a la sección 2 del metro. Y esto que me ocurrió es verídico, un día apestaba tanto a fritanga que la señora que estaba sentada a mi lado en el metro se fue a otra parte.
Pero eso es una cosa, no nos queda más remedio que oler mal allí. Si supierais las cosas que tuve que ver en caja, o más bien, oler. Ya dije, lo peor de trabajar en caja es la gente porque, en general, es muy mal educada. Pero además, tienes la mala suerte de tener que olerlos. Yo quizá sugiera a la empresa que los pedidos se hagan a través de un cristal. Si os contara la de casos graves de halitosis que tuve que sufrir, gente que no le ha quitado el envase al cepillo de dientes, flipáis.

Otro gran problema: el ascensor. Todos tenemos ese vecino que sospechas que en su piso no construyeron el cuarto de baño. A los obreros se les olvidó ponerlo. Que estás abriendo el portal y corres despavorida al ascensor para no tener que subir con él. Pero tu plan fracasa, porque te dice que lo esperes. Y entonces surge esa incómoda conversación...

- Parece que mañana lloverá
Y tú piensas: ojalá, ojalá.

En mi vida de estudiante tuve que sufrir a varios sujetos así. En mi carrera éramos poquitas personas, pero teníamos asignaturas comunes, con 50 personas. En pleno invierno, la calefacción puesta, sin poder abrir las ventanas. No sé cómo no contraje ahí el ébola. Recuerdo a una chica, que justo siempre se sentaba delante de mí. Recuerdo su pelo, su asqueroso pelo, que parecía que había volcado una botella de aceite de girasol en él.

Luego está la otra vertiente, el que no se ducha y la que se perfuma y justo se te sienta al lado. Y tú disimuladamente, te subes el cuello de la camisa e intentas oler la colonia suave que te has echado antes de salir de casa. Y te dices: ¡venga, respira! Que la película solo dura dos horas.
Estimados lectores, por favor, duchaos antes de salir de casa. Os lo suplico. Hagamos un mundo mejor.



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