miércoles, 21 de febrero de 2018 |

La voz kids

Empiezo a estar un poquito harta de los talent show con los que nos bombardean por doquier. Ayer decidí echar un ojo a La voz kids ya que no tenía la cabeza para otro tipo de actividad más sesuda. Madre mía, ¿por dónde empiezo? ¿por los niños? ¿por los llamados couches?

Empecemos por los couches, que ¿cómo lo digo sin ofender? ¿de dónde han sacado a esta gente, en serio? Rosario Flores se ha chupado todas las ediciones de La voz, supongo que por no tener otros compromisos profesionales y eso ya dice mucho de ella. ¿Y Melendi? A ver, muy majete el chaval pero cantar lo que se dice cantar bien, no canta. No nos engañemos. Y el tercero en discordia, Antonio Orozco, ¿en serio que alguien escucha su música? Debo de ser una inculta musical pero creo que no he escuchado una canción suya en la vida. Pero bueno, tampoco es algo que me interese en exceso. 

Pero lo que más odio de este programa es que todos son muy políticamente correctos. No hay nada que más odie que lo políticamente correcto, de hipócrita no tengo nada, digo las cosas tal y como las pienso y al que no le guste, que le den dos duros. 

- He estado a puntito de darle al botón. A esto he estado.
Y ni amago de darle...

Luego cuando uno de los críos canta como el culo, ellos lo saben tan bien como tú, y empiezan a hacer el paripé de que le van a dar el botón, con cara de llevar una semana estreñidos, como de sufrimiento. Pero vamos, puro teatro.

- Lo has hecho muy bien pero me ha faltado un poquito. He estado a esto. Ya si eso vuelve el año que viene. 

Pero como aparezca alguno cantando rumbita, flamenco o algo similar ya pueden salirle gallos, rayos y retruécanos de la voz, que se dan la vuelta. Porque, amigos, como he dicho muchas veces, vivimos en un país de charanga y pandereta.

lunes, 19 de febrero de 2018 |

Los aires difíciles, de Almudena Grandes

Tengo pendiente crear una sección en el blog llamada "Libros y películas que me recomendó mi hermana" porque, la verdad, es que no tienen desperdicio. Hoy os traigo la reseña de un libro de Almudena Grandes, más concretamente Los aires difíciles. Años atrás, cuando tenía unos dieciocho años, unos dieciocho años recatados, me dio para leer otro libro de esa misma autora, el de Las edades de Lulú.
Un mediodía estábamos hablando de libros y yo comenté que hacía mucho tiempo que no leía nada que me entusiasmara de verdad. Y mi hermana me comentó que este libro la había cautivado, que lo había releído cientos de veces. No sé por qué me convenció y aunque ella lo niegue, fijo que se marchó a casa ese día descojonándose pensando "menuda pardilla".
No me gustan demasiado las novelas muy largas, en muchas  me da la sensación de que el autor no sabe sintetizar y que mete relleno adrede para después cobrarte 25 euros por el libro. Este tiene unas 800 páginas, variando según la edición, aun así parecía que iba a estar bien y decidí darle una oportunidad.
La historia se centra en dos desconocidos, Juan Olmedo y Sara Gómez, dos desconocidos que han huido de Madrid a la  costa gaditana, a Sanlúcar de Barrameda. Ambos intentan rehacer su vida a pesar de los recuerdos constantes de sus pasados tormentosos.
 El personaje principal diría que es Juan, Sara es un mero pegote añadido a la historia para rellenar cientos de páginas. De hecho, el director de su adaptación cinematográfica muy acertadamente borra el pasado de Sara, por lo que se confirma mi teoría de que este personaje es un mero pretexto para dar lugar a que Maribel (la asistenta) y Juan se conozcan.
El libro empieza cuando Juan se muda al Sur con su sobrina Tamara (huérfana)  y su hermano Alfonso, que tiene una discapacidad intelectual debido a un problema durante el parto. Poco a poco la autora nos introduce en el pasado del protagonista, enamorado hasta las trancas de Charo, su amor de juventud. Después se la levantó su hermano Damián y años después se convierten en amantes. Además, se hace mucho hincapié entre la rivalidad de Juan y su hermano (pelea de machitos).
En el presente, entra en escena Maribel, la asistenta de Sara, una joven madre de un niño llamado Andrés. También empieza a trabajar en casa de los Olmedo. Además, ella también tiene un pasado muy turbio. Se enamoró en su juventud del guapo del pueblo (en la película de guapo no tiene nada, da hasta grimilla), se quedó embarazada y poco después el muchacho le dio la patada.
Pues así se resume la novela, personajes con secretos y pasados tormentosos. Y un poli de por medio investigando el supuesto asesinato de Damián. Todo muy dramático.
Dejadme en los comentarios si a vosotros os gustó, si me recomendáis algún otro libro de la autora o comentadme lo que os dé la gana.
viernes, 16 de febrero de 2018 |

La noche que dormí con una loca

En mis años mozos de universidad hice un grupito de amigas, de esas amigas que son como tus hermanas, éramos uña y carne. Pero cuando se forma un grupo de amigos siempre aparece un sujeto prototípico, "el acoplado", al que no se le ha dado vela en el entierro pero aparece con una corona de flores.
Así conocí a esta muchacha que no andaba bien de la azotea. La naturaleza no fue muy agradecida con ella, pero la verdad es que ella tampoco ponía mucho de su parte. La llamábamos "Atentados a la moda" por su indumentaria, iba vestida con chándales chillones, mal combinados y las botas altas, con el pantalón por dentro.  Era objetivamente un atentado estético que rompía con la armonía allá por donde fuera. Vamos, que así de primeras ya se veía que la chavala o no regía bien o tenía serios problemas de visión. Porque tú la veías y te preguntabas, ¿se mirará al espejo antes de salir de casa? Se ve que no.
El otro indicio de que estaba perturbada era que solía montar pollos en medio de clase, de ponerse a gritar, de largarse de clase enfadada, sin motivo aparente. Por suerte, yo nunca estuve con ella en clase. Solo se nos solía acoplar, siendo de esas personas que crean situaciones incómodas, que te meten pullitas. Yo tengo el problema de que cuando no soporto a alguien se me nota y la susodicha debía de percibirlo.
Una del grupo compartía cocina en la residencia con una antigua compañera de instituto de la tronada, le contó que era esquizofrénica. Mis sospechas eran ciertas, estaba como una puta cabra. Además, ya me habían comentado que la habían visto hablando con las albóndigas en el comedor. Era sospechoso.
Y os preguntaréis, ¿y cómo acabaste durmiendo con esa? Pues era verano y la casa de una de mis amigas se desocupó un fin de semana, así que planeamos un fin de semana Ñoñostiland- San Sebastián. Pues no os jode que va mi amiga y la invita. Las demás con cara de gilipollas. Amiga Eli, si alguna vez lees esto, no se puede ser tan  buena, no eres una ONG.
Aquí el problema es que una nunca sabe hasta qué punto estas personas son peligrosas. Lo mejor fue entrar en la cocina de mi amiga que tenía un inmenso juego de cuchillos y entonces es cuando empecé a calcular las probabilidades de que uno de esos cuchillos me rebanara el cuello mientras dormía.
El día transcurrió tenso, ya he dicho que creaba malos rollos. Eran fiestas de Donosti (bueno, si a eso se le pueden llamar fiestas) y como era ya tarde nos queríamos recoger ya para casa. Pero no, a Atentados se le antojó ir a las barracas, al quinto pino a montarse en el saltamontes. No recuerdo si fue en los dardos pero le tocó un premio a elegir. Eligió una máscara, de estilo africano, que daba un mal rollo...
Y llegamos a casa y el momento fatídico: decidir quién dormía con quién. Éramos cuatro y con Atentados cinco y solo había dos habitaciones. Sudores fríos. Música celestial cuando se ofreció ella a dormir en el salón. Yo dormí con Eli en una cama de matrimonio, que no dudó ni un segundo en tenerme aterrada toda la noche, contándome historias terroríficas sobre Atentados, sobre las perrerías que podría hacernos mientras dormíamos. Hija de puta, que encima fue donde ella y le dijo "si estás incómoda, te puedes meter con nosotras en la cama".  Dormí intranquila, aterrada, me desperté varias veces gritando, solo podía pensar en el juego de cuchillos de la cocina. Porque te da por pensar, ¿se habría tomado la medicación? Porque yo desde luego no la vi.
Amaneció y di gracias a Dios por amanecer viva.

martes, 13 de febrero de 2018 |

Terror en Roma

Come è bella c'è la luna brilla e strette
strette come è tutta bella a passeggiare
sotto il cielo di Roma.
Roma, caput mundi. La ciudad eterna. Yo una jovencilla de primer curso de Filología Clásica aterricé en la capital de Italia. Con la ciudad a mis pies y varios días por delante para recorrer los monumentos que solo había visto en libros de texto, en descripciones de los autores antiguos. Era un sueño. ¿Qué podía ocurrir?
Habíamos alquilado una habitación en un coqueto camping a las afueras de la ciudad. Ambiente juvenil, piscina, tranquilito y al lado del tren. Para llegar al centro combinábamos tren y metro, recorriendo en total unos 20 km. ¿Qué más se puede pedir? El primer día que llegamos al camping fue por la tarde y después de descansar un rato del viaje decidimos ir a dar una vueltita por Roma. ¡En buena hora!
A eso de las diez de la noche decidimos retirarnos pero no contamos con un pequeño detalle. El metro estaba cerrado a esas horas. ¿A esas horas? ¿En verano? Pues sí. Horario europeo. Los italianos no son muy trasnochadores. De repente reinó el caos, no había autobuses tampoco. ¿Qué hacíamos? Pues lo que se hace en estos casos, coger un taxi. 
Casualidad vimos un taxi. Allí nos metimos mi amiga y yo. El taxista era plurilingüe porque hablaba español, italiano e inglés. Le dijimos la dirección del camping. Y en cuestión de minutos perdió sus habilidades lingüísticas y solo hablaba italiano. Según él, no sabía dónde estaba el camping ni tampoco dónde estábamos. Dos horas aterrorizadas dentro de ese taxi. ¿Nos querrá descuartizar? ¿Nos violará? ¿Acabaremos destripadas en un terraplén? De noche, por parajes desérticos, sin civilización. Todo campo. Os juro que parecía una película de terror. Por fin, el buen señor (por llamarlo de alguna manera) nos soltó en nuestro destino. Cien euros por el paseo. Hijo de puta.
Y así es cómo te amargan una experiencia maravillosa. No fue la última vez que nos timaron en ese viaje. Al lado del Coliseo había un sujeto vestido de romano, que te animaba a que te acercaras donde él para haceros una foto, con tu cámara. Cinco euros. A partir de ahí, cada vez que se me acercaba alguien salía por patas.
Moraleja: si vas a Roma, usa transporte público.

viernes, 9 de febrero de 2018 |

Querida Irene Montero (portavozas):

La ignorancia. El cáncer de esta sociedad. Las chorradas que tiene que oír una al levantarse por la mañana. A ti, Irene Montero, creyéndote reivindicar la igualdad de género pero en realidad solo propagas tus sandeces. He estado investigándote, a ver qué estudios tienes. Licenciada en Psicología y becaria de doctorado. ¿En serio has redactado una tesis doctoral? ¿Cómo? Espero que no haya sido desde tu perspectiva feminista-lingüística porque entonces me bajo del mundo ya.
Hace unos días contaba en mi blog mis dudas acerca de si yo debí haber estudiado Filología Clásica pero nunca he dudado de que es una especialidad de vital importancia para la sociedad moderna. El latín es muy necesario para luchar contra la ignorancia, contra la estupidez humana. Si el latín fuese obligatorio en la ESO otro gallo nos cantaría.
Irene Montero, no sé si algún día leerás esto, pero voy a darte unas lecciones de latín, esa lengua que tú desconoces, porque si crees que la conoces quizás deberías denunciar a la persona que te aprobó. La palabra "portavoz" proviene del latín y está compuesta por el verbo latino "porto" y por "vox, vocis" de la tercera declinación. La palabra "vox" al igual que en castellano era una palabra femenina, cuyo plural es "voces", que también es femenino. La desinencia en -es servía para palabras tanto masculinas como femeninas de la tercera declinación. La única razón por la que la mayoría de las palabras femeninas acaban en -a es porque estas proceden de la primera declinación latina, concretamente del acusativo en -am (con su consiguiente pérdida de la -m final). Y si muchas palabras masculinas acaban en -o es porque proceden del acusativo singular de la segunda declinación, en - um (pérdida de m final, y la "u" se abre en "o").
Así que como ves, el uso de "portavozas" para su lucha en favor de la igualdad no tiene ningún fundamento. La lengua en sí no es machista, son machistas los hablantes y la connotaciones machistas que se le dan a algunas palabras. Por ejemplo, zorro "animal, astuto", zorra "puta".
Por último, recomendarte que si eres feminista, utilices la alcachofa que te han dado para algo más productivo, como por ejemplo,  la lucha contra la brecha salarial, la violencia de género, la cosificación de la mujer, el tráfico de mujeres, etc. Pero deja la lengua tranquila.
Atentamente,
Cristina Guerrero

jueves, 8 de febrero de 2018 |

Desventuras de trabajar en caja (parte I)

Después de ser repartidor de publicidad, creo que el peor trabajo del mundo es cualquiera que implique soportar gente.  La gente. Gente. La plaga de este mundo. Además, el cliente siempre tiene la razón, por muy evidente que sea que es culpa suya. Hoy os vengo a contar anécdotas que me hicieron perder la fe en la humanidad de mis tiempos como cajera en un local de comida rápida.
Viene una chica y me pregunta:
- Oye, ¿el helado sale muy frío de la máquina?
Y te sorprendes a ti misma respondiendo:
- No, tranquila, no sale muy frío.
Una pandilla de chavales casi a la una de la mañana, con una trompa encima.
- ¿Me pones una cangreburger?
- No tenemos. Vas a tener que ir al fondo del mar.
- Perdona, ¿la hamburguesa de un euro cuánto vale?
- Perdona, ¿la hamburguesa de pollo es de pollo o de carne?
Una señora
- Ay, ¡cómo me duelen las verticales!
- Oye, ¿por qué se ha roto la máquina de helado?
- No sé.
- Qué tía más inculta. Anda, dame una tarrina de bayonesa.
- Un helado, por favor.
- No funciona la máquina.
- Pues me cago en tu puta madre
- Oye, yo te he dado un billete de 50 euros.
- No. Me has dado uno de 20.
Ese era mi día a día. Estas cosas desde luego que no venían incluidas en el sueldo. La madre. Las cosas que tenía que aguantar. Un día veo entrar a una pareja de novios gitanos que venían a hacerse las fotos de la boda. Ver para creer. Y se las hicieron. Yo salí en el reportaje.
lunes, 5 de febrero de 2018 |

El día que iba tan tranquila por la calle y un señor me pegó

Cierto día soleado me dirigía hacia mi centro de trabajo (que dicho así parece que soy alguien importante, pero no, trabajaba en un local de comida rápida). Como iba con tiempo caminaba sin aligerar demasiado el paso, deteniéndome en cada escaparate. Es decir, caminaba sonriente y feliz, ajena a lo que me iba a pasar.
Pues eso, yo caminaba tan alegremente cuando de repente se dirigió a mí un señor mayor, corpulento y con cara de pocos amigos y no sé por qué me arreó tal codazo que casi me tiró al suelo. Petrificada. Afásica. Anonadada. Impasible. Vamos, lo que se dice vulgarmente, me quedé con cara de gilipollas.

Me quedé sin saber muy bien qué decir. ¿Qué le hubiera dicho desde mi metro y medio de altura? "Oye, tú, pedazo cabrón, ven aquí si te atreves". Porque cuando todo el mundo es más alto que tú tienes que ir con mucho cuidado por la vida. Ver la vida desde pocos centímetros del suelo es muy peligroso a veces. Nunca sabes si alguien te va a  partir los dientes, pero sabes que pueden hacerlo.

Pocas veces en mi vida me hicieron sentir tan impotente. ¿Con qué derecho se cree con venir a pegarme? Aunque a veces sospecho que podría ser un cliente habitual de la hamburguesería donde trabajaba y que en alguna ocasión se me olvidara darle servilletas, kétchup o quizá le hubiera puesto mal el pedido, y esa fuera la razón por la que me tuviera fichada de ante mano. La gente cuando va a comer una hamburguesa toda cerda y unas patatas fritas es tan exigente como cuando va a comer a un restaurante de tres estrella Michelín a comer esferificaciones de ancas de ranas, a 550 euros el menú.
En fin, nunca sabes por dónde te van a venir las hostias.

sábado, 3 de febrero de 2018 |

Fatídico viernes: el peor día de mi vida

Hoy os voy a contar una de las peores experiencias que me ha tocado vivir. Fue una de esas cosas que recuerdas y te dan una punzada en el corazón, que te remueven el estómago. De hecho, ahí comprobé que el infierno y todos los males del mundo existían. Me refiero al fatídico viernes, el viernes que acudí a la consulta del dentista a sacarme la muela del juicio. No hay mal, ni dolor que se aproxime.

Mi muda de dientes fue algo tardía, se me cayó el primer diente cuando mis compañeros de clase ya estaban todos mellados. Con las muelas me ocurrió algo similar, me empezaron a salir un poco tarde. Bueno, lo de salir es un decir, porque tuve la desgracia de que no tenía hueco en la encía para que me salieran. Así que empecé a tener dolorosas infecciones a causa de eso, y el dentista decidió cortar por lo sano.

Y como tengo la suerte de ser tan afortunada en esta vida de mierda, mi muela resultó ser uno de los mayores retos profesionales a los que tuvo que enfrentarse el dentista. A la muela no le salía de los cojones salir. Y ahí veis al dentista, agarrando la muela con las pinzas y estirando hacia arriba, hacia el cielo, hasta creo que hubo un momento que estuve suspendida en el aire. Entre tanto, creo que varias personas de la sala huyeron despavoridos por mis gritos de dolor.

Yo soy una persona tímida, callada, que cuando va a un lugar desconocido intento pasar desapercibida, si voy al médico y me hacen daño no me quejo, me hagan lo que me hagan. Pero esa vez me desmelené. Grité todo lo que pude y más.  El dentista dijo:

- En la vida me ha costado tanto sacar una muela.

Hora y media después, el hombre decidió partirme a cachitos la muela y sacármela. Y fue como..."pedazo hijo de puta, ¿había un método menos doloroso y me has hecho estar como un pez mordiendo un anzuelo?" Me hizo tanto daño el maldito desgraciado este que me reventó un nervio y todo. Estuve años con media barbilla insensibilizada. Aunque después de todo igual hasta me tengo que sentir agradecida porque no me reventó la mandíbula.

Ilusa de mí pensé que lo peor ya había pasado, pero como siempre digo, lo peor estaba por venir. Después de la intervención, todos muy agradables (como se nota cuando pagas, madre mía), y el médico me dio su número personal de móvil y todo: "cualquier problema que tengas, me llamas a cualquier hora del día y de la de noche".

Las primeras horas, bueno, fueron tranquilas. Tenía la boca anestesiada así que no tenía dolor. Pero ay, cuando se me pasó el efecto de la anestesia. Eso es dolor y no que te metan un árbol por el culo. Pero lo peor fue al día siguiente, cuando me levanté y vi que tenía la cara como si me la hubieran reventado. Si llego a ir ese día a clase alguien hubiera dicho: "Por fin, ya era hora de que alguien le partiera la cara".

Ahí empecé yo a tantear con las drogas. ¡Vaya viajes me pegaba a Nolotil+Espidifén! Psicodélicos, además. Caminaba por la casa y yo juro que flotaba, parecía que iba volando a los sitios.




En serio, no os podéis imaginar el infierno que fue. No le deseo ese mal a nadie. Sin duda, el peor momento de mi vida.

Mi gran miedo es quedarme calva

Hay dos tipos de miedo: el racional, el que tiene un sentido. Por ejemplo, perder a tus seres queridos es un miedo lógico. Después está el miedo irracional, totalmente absurdo, ese que nos hace temblar como imbéciles, gritar, llorar como niños. De ese miedo voy a hablar hoy.

En mi más tierna infancia tuve los típicos miedos de una niña normal, por ejemplo, el hombre lobo, el hombre del saco. Hasta aquí todo estupendo. Igual los más jovencitos no recordéis un programa muy popular llamado El juego de la oca que lo emitían los fines de semana por la noche. ¿Quién me mandaría a mí quedarme a ver la tele a esas horas? Y así fue como Flequi apareció en mi vida, o más bien en mis pesadillas. No me pidáis que suba foto de él porque tiemblo solo de buscar una foto de ese sujeto.
El programa consistía en que había cuatro concursantes (cada uno de un color) y lanzaban los dados (vamos, la oca de toda la vida) y cada casilla era una prueba. Pues estaba la prueba del Flequi, en la cual el concursante debía responder bien a tres preguntas. Si fallaba una de ellas, Flequi lo rapaba. La trampa mortal es que una de ellas era una inmensa chorrada e imposible de acertar, así que siempre perdían. Y pasaba lo inevitable.

Yo era muy pequeñita cuando vi aquello y me impactó muchísimo, hasta el punto de crearme un inmenso trauma. De llorar de miedo si ese tío aparecía en la tele, de colarse en mis sueños cada noche, haciéndome despertar temblando de terror. Desarrollé un miedo insano a las maquinillas de afeitar, a los calvos y sobre todo a que alguien me rapara la cabeza. Como no tenía bastante con mi trauma, una noche que me quería quedar en el salón con mi hermana viendo la TV y mi madre no me dejó, esta me dijo: "venga, que le den duros a tu hermana, que va a venir el Barbero y le va a afeitar la cabeza". Pero, a ver, ¿qué necesidad había? También tenía terror de ir a la peluquería porque se pensaba ¿Y si justo van a rapar a alguien? O peor ¿y si me rapan a mí?

Después vino La teniente O´neil, que nunca he llegado a ver, que cada cierto tiempo la emitían en la Tv y en el tráiler salía esa maldita escena de Demi Moore rapándose. Cada vez que sabía que se iba a emitir dejaba de ver ese canal, de forma radical. Y la noche de la emisión me iba a la cama a las 9 de la noche, alejada de la televisión.

A día de hoy, he superado ver cómo rapan a un hombre. Mi madre le pasa la maquinilla a mi padre y bueno, me mantengo alejada "por si acaso", pero eso está superado. No tengo problema. Pero incapaz de ver cómo rapan a una mujer. A no ser que me pille un poco de sopetón...pero ponerme a ver una película que salga una escena de esas características, ni se me ocurre.

En mi infancia desarrollé otra fobia, socialmente más aceptada, en un alegre día de zoo. No sé si habéis estado en el zoo de Santillana. Hay un recinto donde está instalado el Reptilarium y yo me recuerdo, toda feliz, yendo a ver las tortugas. Me equivoqué de sitio y me asomé a un terrario donde una serpiente tenía su cabeza pegada al cristal, y me miraba con esos ojos y la lengua fuera. Era un bicho enorme y me puse a gritar como una puta loca. Como una puta loca y huyendo de allí. Tampoco es un miedo que afecte demasiado a mi vida, porque no vivo en zona de campo y las probabilidades de cruzarme con una son mínimas, además en los parques zoológicos siempre están en una zona aparte. Y verlas en fotos o vídeos me da bastante igual. Yo adoro a todos los animales y no les deseo ningún mal, ellas por su lado y yo por el mío.

El tercer miedo que desarrollé fue en la adolescencia. De esto que acaba el curso y yo, tan afortunada, el primer día de vacaciones cogí varicela. Tenía unos 13 ó 14 años, y bueno, el dato de la varicela es importante porque creo que no estaba en mi mejor momento anímicamente. Una mañana de verano estaba en casa sola con mi padre. Era la época en la que empezaron a venderse los primeros reproductores de DVD y las pelis eran bastante caras. Vamos, que veías las que salían con el periódico. No voy a revelar el nombre de la película porque os iba hacer un pedazo de spoiler, pero la película acababa con una mujer sentenciada a la horca. Obviamente, la ahorcaron. Yo quedé en estado de shock, no podía reaccionar. Me dio tanta impresión ver a esa mujer esperando ser ahorcada y en el momento más inesperado abrir la trampilla...Vaya mierda de verano pasé. Creo que cada noche soñé con esa película, y tenía miedo de dormir porque sabía que soñaría con ella. Y el caso es que a mí me parece una película muy buena. No puedo hablar mucho de ella, porque no quiero decir cuál es. Si alguien tiene curiosidad, pues ya sabe cómo ponerse en contacto conmigo.


Si te ha gustado la entrada, suscríbete al blog y sígueme por mis redes sociales para estar atento de las novedades:
                        Facebook: Lo peor está por venir
                        Twitter: @CrissyG2


Una vida como lectora (Parte I)

¿Cuál es tu libro favorito? Maldita pregunta, hay tantos libros favoritos que no sabría decidirme por uno solo. Hoy voy a tratar de recapitular aquellas lecturas que me marcaron de alguna forma y han hecho la persona que soy ahora.




Y no, no voy a empezar por Harry Potter ni va a aparecer en esta entrada. Yo ya era lectora compulsiva antes del niño mago. Mi interés por la lectura viene desde la más tierna infancia, creo que me venía de serie. Mis padres son grandes lectores pero si yo no hubiese sido lectora no habría sido un gran disgusto para ellos. Pero sin embargo, mi hermana dice que ella me inculcó la lectura, sin pretenderlo.

Mi hermana tiene nueve años más que yo, así que pensad que cuando yo tenía cuatro años ella tendría trece. Estábamos en distintas etapas de la vida, compartíamos habitación pero no horarios. Mi hermana leía todos los días hasta las tantas y dejaba la lámpara encendida, obviamente. Supongo que yo recibí el mensaje de que antes de dormir se leía, como un ritual. Una noche, cuando ya había aprendido a leer, me puse de pie en la cama y cogí uno de los pocos libros infantiles que había la estantería. Este fue El pirata Garrapata, ejemplar que aun sigo conservando. Hasta entonces tan solo había leído cuentos o me los habían leído.
Uno de los mejores recuerdos de mi infancia es la pequeña biblioteca que habíamos creado en mi clase. Había dentro del aula una estantería llena de libros que podíamos coger en préstamo, a mí eso me abrió un horizonte y creo que fue ahí cuando me convertí de verdad en lectora. Recuerdo leer un poco todas las noches aquellos libros, como Yo te curaré, dijo el pequeño oso o ¡Qué bonito es Panamá! de Janosch, una colección con un oso y un tigre como protagonistas. Me viene a la memoria unos libros de una gatita llamada Sophie, por favor, si alguien los conoce que me lo ponga en los comentarios porque no recuerdo ni título ni autor.
Además de leer, escribía. A mí nunca me gustó jugar, prefería otro tipo de actividades como leer, hacer puzles, dibujar, ver películas pero escribir estaba entre mis aficiones favoritas. Supe desde muy temprana edad que quería ser escritora, por eso cuando en tercero de primaria cuando nos mandaron leer Isu, el tiburón desdentado de Seve Calleja porque iba a venir el escritor a darnos una charla y a firmar libros estaba pletórica. ¡Un escritor de verdad!Que sí, que han venido más escritores a mi colegio pero creo que fue la única vez que me gustó el libro.

Al poco tiempo empezaron a ver la luz las novelas de R.L. Stine, y antes de que se pusieran de moda yo me vicié. ¡Qué libros tan malos pero qué buenos ratos pasé! En esa época valían unas 600 ptas (menos de 5 euros) y eran bastante accesibles, así que todas las semanas me solía caer uno cuando íbamos a hacer la compra. No me duraban ni un asalto y durante la semana tenía que recurrir a la biblioteca.

Pero llegó el temido momento en que los libros infantiles se te quedan cortos, yo necesitaba más. No existía la literatura juvenil o al menos yo no tenía forma de acceder a ella. Un día mi padre me puso la película Cementerio viviente basada en una novela de Stephen King. No sé si es era otra época o mis padres nunca tuvieron demasiado cuidado con lo que yo veía, actualmente ni se nos pasa por la cabeza poner películas de terror a un cría de diez u once años. A esa edad empecé yo a leer a Stephen King, autor muy explícito en todos los sentidos. Me fascinaban sus novelas, ahora no sé si sería capaz de leer alguna de ellas, me da como flojera. De adulta he intentado leer unas cuantas pero las he dejado a medias. Por favor, si alguien me puede recomendar alguna que me lo deje en los comentarios.

Postureo lector

Los jóvenes de hoy en día han acuñado un nuevo término que ha sido aceptado en la RAE. Me refiero al postureo, dícese de la "actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción".  Vamos, "tirarse el pisto" de toda la vida. Me voy haciendo mayor.

Pero no quiero hablar de etimologías ni de la procedencia de la palabra, sino de un tema que me llama la atención desde hace algún tiempo. Me he dado cuenta de los lectores fraudulentos que habitan a mi alrededor.
¿Os suena esto?
- ¡Buah! Me apasiona leer. Es lo que más me gusta en el mundo.
- ¿Sí? ¿Qué estás leyendo ahora mismo?
-  Pfff..no leo nada desde hace mucho. No tengo tiempo.
Admítelo, que no pasa nada. No te apasiona leer, simplemente eres un lector ocasional. De los que se lleva el libro a la playa y solo lee en vacaciones. Al igual que yo voy al  monte en verano y no digo que me apasiona el senderismo, o veo alguna serie de vez en cuando y no digo que soy amante de las series.

Al que le gusta leer encuentra tiempo debajo de las piedras. Yo hace un tiempo trabajaba en un local de comida rápida (con sus horarios matadores) y a la vez estudiaba, y aunque llegara a casa a las cuatro de la mañana tenía la necesidad imperiosa de leer. Cuando iba a la universidad y me levantaba a las 6, leía mientras desayunaba porque no podía soltar el libro.

 Si no te gusta leer, no pasa nada. No es obligatorio. Seguro que hay muchas cosas muy interesantes en la vida que me pierdo por leer y que tú no.

Yo tengo temporadas que no cojo un libro y no digo que no es que no tenga tiempo, sino porque no me apetece leer y no pongo excusas. Hay momentos en los que no estoy receptiva e invierto ese tiempo en ponerme al día en series, películas, salir a la calle. Pero al final la cabra siempre tira al monte y vuelvo a la lectura.
Así que menos postureo y más leer.
viernes, 2 de febrero de 2018 |

SORTEO CERRADO Lote de libros: clásicos de la literatura latina

En primer lugar, decir que el sorteo es exclusivamente NACIONAL, solamente pueden participar residentes en España. Las bases son las siguientes:
1. Seguirme en el blog.
2. Seguirme en mi página de Facebook y comparte en tu muro.
3. Deja un comentario en esta entrada diciendo que participas.
El sorteo finalizará el día 9 de febrero de 2018.
¡Suerte a todos!


Ya me puse en contacto con el ganador. ¡GRACIAS A TODOS POR PARTICIPAR!



Cómo graduarse sin morir en el intento


Hoy es 2 de febrero y un día importante, hoy hace un año que terminé la carrera. Recuerdo cómo me enteré, había terminado mi turno en el Burger King y aun con el uniforme buscaba con el móvil cobertura para ver si la nota de Inglés había sido publicada. Y ahí estaba, mi billete de salida.

Han pasado muchas cosas este año, he tomado decisiones difíciles, he pasado malos momentos pero también me han sucedido cosas buenas. Pero lo más importante es que creo que ha sido un año en el que he avanzado como persona. Ayer tuve récord de visitas en el blog. Algunos os pensáis que tener un blog es escribir cuatro bobadas, pero  no, un blog da trabajo. Requiere mucha constancia y al principio no te lee ni tu padre. A partir de ahora a seguir trabajando duro y mejor.


El día de la graduación, por mucho que os joda a algunos, es mucho más importante que el día de tu boda. Porque vamos a ver, ¿qué mérito tiene casarse? Ninguno. Has pillado pareja y estadísticamente tienes muchas posibilidades de gastarte un dineral para acabar divorciándote a los pocos años.
Graduarse significa poner fin a una etapa y que un mundo de oportunidades se abra ante ti, significa haber alcanzado una meta. Pero si terminar la carrera fue una Odisea que ni la de Homero, la graduación no iba a ser menos. Lo que debía ser un día idílico, de alegrías, de reencuentros, de lloros de alegría se convirtió en un día de lo más atropellado.
Ese día estaba asquerosamente organizado que nada podía salir mal. Puse el despertador a las seis de la mañana porque iba a llevarles a las del Departamento de Lengua (estaba de prácticas) el desayuno. Con toda la ilusión del mundo les preparé una cesta con dulces, embutidos, zumos, etc. pero con la ilusión no se me ocurrió que yo soy una enclenque y que tenía que llevar dicha cesta a pulso. Como el instituto abría a las 8 aproveché para ducharme y alisarme el pelo. Casualmente llovía así que el pelo se me mojó y además, ¡menuda sudada! Con tal esfuerzo que hice me temblaban los brazos. Y ahí llegué a casa, despeinada, sudando la gota gorda y con un tembleque en los brazos que parecía que tenía parkinson. Si soy hipermétrope y tengo astigmatismo en un ojo y maquillarme suele ser complicado (porque tengo el feo defecto de no ver de cerca), el tembleque lo dificultó más.

Íbamos la familia al completo, excepto mi sobrina que tenía compromisos más importantes (ese día en el colegio tenía clases de patinaje y de pintura, si hubiera sido de mates...). Fue una sensación rara, había recorrido ese camino infinidad de veces pero nunca acompañada de mii familia. ¿Qué podía salir mal ese día? Pues todo. Todo salió mal.

Para empezar, yo llevaba los únicos tacones que tengo. Ni sé caminar con tacones ni los aguanto, pero como se suele decir, para estar guapa hay que sufrir. Yo como soy previsora llevaba otra ropa en el maletero, zapatos planos y vaqueros (no soporto las medias, pero había que ir mona y con vestido). Pues resulta que al llegar no había sitio para aparcar, dimos varios rodeos alrededor del campus y ni un solo hueco libre. Mis padres tomaron la decisión drástica de soltarnos allí a mi hermana y a mí para que yo llegara puntual ya que los egresados debíamos llegar una hora antes. Yo le hice la encerrona a mi hermana: le solté la chaqueta, el bolso y todos los  bártulos que pudiera llevar y me dirigí al salón de actos.

La ceremonia de egresados la igualo a una de esas misas que te obligan a ir los domingos cuando estás a punto de hacer la Comunión. ¡Qué coñazo! Casi dos horas escuchando discursos, de la pena que les da que nos vayamos a emprender nuevos caminos (no te jode, con el dinero que les he dejado). El miedo que yo tenía era ir a recoger el diploma tropezara con los tacones y que ese vídeo quedara grabado para la posteridad. Por suerte, no ocurrió.

Después de tal ceremonia tan emotiva y de cantar todos de pie el Gaudeamus igitur, había un lunch. El gran evento no es la graduación ni que hayamos finalizado una etapa en la vida, el gran evento es que la Facultad se estira. Pero claro, pasa lo que pasa, que te reencuentras con los viejos compañeros y vas al patio a sacarte fotos con unos y con otros. Y total, que cuando te das cuenta tu familia ha arrasado con tu parte del lunch y el de la mitad de los presentes. El plan inicial era irnos al buffet chino a comer, pero dijeron algo así como: "nosotros ya no tenemos hambre". Acabamos en un bar comiendo un pintxo de tortilla.

Pero no, eso no fue lo peor. Lo peor estaba por venir. Mis zapatos planos se habían quedado en el coche y el coche estaba literalmente donde Cristo perdió la chancleta. Para más inri ni se acordaban de dónde lo habían aparcado. Porque, ¿para qué tantas modernidades de guardar la ubicación en el móvil si puedes pasarte la tarde  buscando el coche por una ciudad que no es la tuya en tacones? ¿Para qué?

Por algún milagro de la naturaleza encontramos el coche, y por si acaso, salimos por patas de esa ciudad a la que ya poco me ata. Poco, o quizás nada.