Si hay algo que extraño de mi infancia y de mi adolescencia es el tiempo infinito. Tempus fugit, decían los romanos. Hay un momento en la vida que apenas recordamos en el que tiempo parece que está estancado. Veranos interminables, cursos escolares que parecen nunca acabarse. Y de repente, un día te haces mayor y el tiempo huye, escapa.
En ese estancamiento del tiempo recuerdo y añoro tardes infinitas de lectura, de devorar libros como si fuera un león hambriento. Mientras los chicos de mi clase estaban de "botellón" yo descubría a Neruda, Bécquer, Rubén Darío, Machado, Lorca, Blas de Otero. Con esa pasión y ganas de la juventud. Porque ya lo decía Rubén Darío "Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver". Cuando tienes todo por descubrir, cuando no eres tan selectivo con lo que lees. Anda, que me iba yo ahora a poner a leer eso de..
"Antes de la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales;
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles;
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias."
¿Y por qué estoy metiendo este rollo? Porque ayer volví a zambullirme en un libro como en mis tiempos mozos, como si no hubiera mañana y el futuro no fuera inmediato. El libro del que hablo es "Mi planta de naranja lima", un clásico brasileño publicado en 1968 donde el autor José Mauro de Vasconcelos nos narra su infancia en el barrio carioca de Bengú (Brasil).
Zezé es un niño de cinco años que de mayor quiere ser poeta y llevar corbata de lazo (porque eso es de poetas). Mediante su lenguaje infantil nos introduce en su pequeño mundo, que no es precisamente ni justo ni un cuento de hadas. El padre de Zezé está en paro y aunque su madre trabaja de sol a sol apenas les llega para subsistir.
El protagonista es un niño despierto, con ansias de aprender, con inquietudes impropias de un niño de su edad. Quizá la cruel realidad que le ha tocado le ha hecho madurar a marchas forzadas. Sorprende que un niño tan pequeño comprenda los problemas de los adultos. Aunque Zezé es de buen corazón es un poco trasto y toda acción que emprende termina en travesura y como consecuencia, su padre le da una buena somanta de palos. En el colegio tiene encandilada a su maestra porque es un niño inteligente pero también tierno con una imaginación desbordante. En el jardín de su casa tiene un arbolito de naranja lima, al que llama Minguinho, y cuando tiene problemas busca consuelo entre sus ramas.
Un libro entrañable, enternecedor, que te hace reír y llorar. Un descubrimiento que he hecho este año. En España no es muy conocido pero en Latinoamérica es una lectura obligatoria en los colegios. Me ha recordado un poco a "Las cenizas de Ángela" o a "El príncipe destronado", a esas novelas a las que se le da voz a la infancia, que nos hace rememorar nuestra niñez con nostalgia. Esos tiempos que ya nunca volverán.
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2 comentarios:
Me gustan los libros emocionantes ❤️
¡Hola! Sí, es mi época era obligación leerlo y mira que yo odiaba las lecturas obligatorias pero esta... aún me da toda la emoción cuando lo recuerdo, me alegra mucho que hayas podido leer este libro y disfrutarlo :) Nos leemos.
Mica de Una Julieta sin Romeo
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