sábado, 7 de marzo de 2020 |

Hasta las cenizas: Lecciones que aprendí en el crematorio (Caitlyn Doughty)

"Por desgracia, somos criaturas conscientes. Por más que estemos siempre buscando nuevas formas de olvidar nuestra mortalidad, por más especiales, queridos o poderosos que nos sintamos, sabemos que al final nos esperan la muerte y la descomposición. No hay otra especie en la Tierra que deba soportar un peso así."

La muerte no avisa. Por mucho que Gabriel García Márquez diga que la muerte de Santiago Nasar fuera anunciada, la muerte se queda agazapada en un rincón, aguardando al momento inesperado para arrebatar el bien más preciado que tenemos, la vida. No nos gusta hablar de ella ni que sea mencionada, porque de lo que no se habla, no existe. O eso creen. Claro, eso hasta que la vida nos mete una buena hostia y entonces somos conscientes de nuestra mortalidad.



Desde muy pequeña me he preguntado qué había después de la muerte. Reconozco que no soy creyente, y que eso me lo pone más difícil. Al fin y al cabo, los que creen en Dios tienen claro que irán al cielo. Pero, con la edad, he cambiado y por lo tanto, mis inquietudes también. Ahora más que preocuparme qué hay después de morir, me preocupa que no haya consciencia. Porque, ¿cómo es posible no existir ni tener consciencia? ¿Es realmente posible no ser nada? Ponedme en los comentarios qué pensáis sobre este tema, si creéis en la reencarnación, si tendremos que rendir cuentas a un todopoderoso, o si nuestro fantasma vagará eternamente...

Divagaciones absurdas aparte, habréis adivinado que el libro que reseño hoy, "Hasta las cenizas",  es sobre la muerte.  La propia autora, Caitilyn Doughty, una joven de veintiún años, licenciada en Historia Medieval, nos relata en primera persona su experiencia trabajando en una funeraria. He de decir que su carrera académica la orientó siempre hacia los ritos mortuorios y enterramiento en diferentes épocas. Quizá pensaréis que fueron los azares del destino los que la llevaron a desempeñar esta profesión, al igual que a mí el azar me llevó a trabajar en hostelería, pero no. No contenta con su labor de investigadora, quiso dar el salto y experimentarlo en primera persona. Así que, finalizados sus estudios, empezó a mandar el currículum a funerarias, hasta que por fin sonó la flauta.

Desde un sentido del humor muy negro, la autora nos relata qué se cuece dentro de la industria funeraria de EEUU, revelando detalles que a más de uno puede que le incomoden. Las primeras veces quedan grabadas en la memoria (el primer beso, la primera vez que una madre ve a su hijo...), y la vez que Caitlin tuvo que afeitar a su primer cadáver no iba a ser menos. Aunque las profesiones tanatoesteticista y de tanatopraxia  parezcan tétricas e incluso de mal gusto, hay todo un arte detrás de ella. Miradlo desde otra perspectiva, estas personas hacen todo lo posible para que te lleves el mejor recuerdo posible de tu familiar. Al morir, el cuerpo empieza a descomponerse sin freno y la autora nos lo explica con todo lujo de detalles (los ojos se hunden, no hay forma de cerrar la boca, los jugos y fluidos salen por cualquier lado...).

Un dato que me pareció curioso, aunque no sé si solo sucede en EEUU, es que si el cadáver va a ser enterrado se embalsama (en caso de ser incinerado, no tiene sentido hacerlo). ¿Qué es embalsamar un cadáver? Algunos os preguntaréis. Se trata de un proceso riguroso con productos químicos, resinas y bálsamos con el objetivo de preservar la integridad de los cadáveres y así evitar su putrefacción. Para realizar este proceso, en primer lugar, hay que lavar el cuerpo con germicidas y especialmente, los orificios (boca, orejas, ano..) y además, taparlos para evitar que salgan fluidos. Después, se procede a masajear el cuerpo para quitar eliminar la rigidez y así se mejora el aspecto del cadáver. Entonces, se procede a la extracción total de la sangre y se introducen productos químicos para que la piel adquiera un tono natural y se quite el tono azulado.

Una parte muy importante de este libro es el crematorio. Hoy en día las personas prefieren ser incineradas que enterradas, bien porque no quieren que su cuerpo sea devorado por los gusanos, bien por los motivos que sean. La autora nos relata con mucho humor negro el proceso de incineración, resaltando el último paso del que no se habla. A pesar de que el horno quema a 860 grados, no logra pulverizar completamente los huesos, y estos son metidos en una trituradora. Al fin y al cabo, la gente quiere lanzar al aire las cenizas de su familiar como si fuera polvo de hada...

"El cremulador parece el nombre de un villano de tira cómica o de un vehículo monstruoso, pero en realidad es un artefacto del tamaño de una olla a presión que pulveriza los huesos"

 Además, en caso de ser enterrado, al menos en España, supone dejar un "marrón muy gordo" a los familiares que quedan vivos. Digamos que los nichos no son de propiedad, son como "de alquiler" y el seguro tan solo te cubre los primeros diez años. Luego hay que renovar el alquiler, y tus descendientes deciden si pagan por renovar unos años más, si incinerar los restos y ya no tener problemas, o desentenderse y que echen al muerto a una fosa común. Yo aviso, para que dejéis este tema bien arreglado.

Y vosotros, ¿qué? ¿Habéis pensado qué queréis que hagan con vuestro cuerpo? Mi ilusión sería comprar un panteón, además ahora son más baratos por falta de clientes. Vivimos en una sociedad que niega la muerte, aunque lo único que tenemos seguro en esta vida es que moriremos.

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2 comentarios:

judith dijo...

Me apunto el libro tiene buena pinta.
Saludos

Paseando entre páginas dijo...

Vaya, un libro curioso que habla de algo un poco tabú. Gracias por la reseña^^

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